Miss Anáhuac

Melancolia, levedad sin mi hogar
eres. Tu mano, Anáhuac, sostén
de aluvión; lluvia sube,
de regreso a fuentes,
a huecos azúreos; raudal,
deposita fuerza del viento,
a la imaginación primera alegra,
la prístina salida
que lleva al paso del tiempo.

El mar eleva su sueño,
regresa dorado a la roca,
dentro del sol no la toca,
sin pasado o vigilia del vuelo;
y así,
hace traer más breve instante,
captura mirada errante
de nubes vaivenes,
en temporada más vieja
revierte;
el inviero, trae consigo,
dentro de mí, ese mirada
extensa, que el horizonte reza,
aunque la misma luz no tiñe
un beso de crisol eterno.

Penetro y la puerta amarilla, sin cielo,
comparte un rumor instintivo
de abrigada calma. Empíreo, al cerrar
mirada, cierne sobre disperas, horas
homogéneas de un color intenso
que nadie vio antes, así dices.

Me observas, cierro, lames mi lengua,
inventas otra palabra que arde.
Lucero ciego, te ruego,
oh,
llévame tras de ti al resguardo;

Anáhuac, mi campo verde,
cual buhardilla de casa,
brumosa e inefable eres;
te amo,
en primavera descansa tu noche;

Nací en verdad resguardada,
que hoy confieso sólo a ti:
mi corazón secreto es brillo
de la noche que es techo
de la casa. Entra y cúbrenos,
yo te preguntaré:

¿Qué encierra, tras el mar,
la roca perdida
de tu boca? ¿Lumbre? ¿Tu llama hondonada?

Tu naces del día; sorteas que,
dentro del corazón,
me imagina en su centro la noche,
edifica y amuebla tu nicho,
pienso,
donde granadas en árbol
enrojecen
y susurran que el filo, al ocaso,
tu dulce de nectar aurado,
su fino destello brizado,
sol sin imagen convierte
en castillo habitado,
¡qué
rincones atrae!
y te imagina despierta añorando,
más bien también habitando;
el gran sueño de vigilia:

tu mano me brinda aureada, hiel,
que es caricia sobre la mía;

tu mano, mirada del agua sobre
reflejo,
llora, viaja al desfilar de las rocas,
y llora azúrea de tacto, empapada,
melliza. Profundamente cubiertos los ojos,
al despertar,
dormitan sobre irisado manto. Me abraza,
tu cuerpo amanece, dentro del mío imagina tu alud.

Sólo una noche basta.
Parte mi herencia y cobija tu hombro.
Sostén mi ensueño: no quiero dormir;
mantenme los ojos abiertos; déjame
imaginar ahora tu vista, de nuevo,
y vuelvo, al llegarme tus brazos.

En cúspide de rosa,
una mano acaricia
infinito vacío,
y la noche se enciende,
Anáhuac. La noche
pasa, ¿permites
mi entrada?, manto
azul del recuerdo
en la casa imaginada,
que duerme durante el corazón
amedrentado,
como un cuerpo de imágenes
imagina, reimagina,
la realidad del recuerdo
hace brotar. Y una flor azul agota
su luz donde alberga sueños.

¿Me escuchas?,
¿llamando desde lejos?
¿quién vendrá a llamar tu puerta?

Una maleza susurra
que volvamos a la infancia.
Es la infancia llamando,
desde su tumba,
¡¿cómo velamos el sueño?!
Cuando regreso
y me llamas y no hay puerta
y no escucho cómo roncamos,

ya dormimos.









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