NOVELA ONÍRICA

 Ya sucedía, justamente salpicado de exactitud ese momento,  

que la mujer contemplataba de nueva cuenta el techo con fascinación, y

sus ojos, como filos ardientes en las hojas de metal,

-provocadores de laceres-, lograron introducir, de tan sólo contemplarle pocos segundos,

significante titubeo en la realidad, cuando casi el tino de su mirar había de crearle al caer sobre su piel un corte, 

empuñado por esa particular visión. 

Al levantarse del suelo, ella reposando aún descalza, se estira muy larga, imaginando seguro esa noche al junco (aunque con frío, sin manto), y él sintiéndose, así pues, todo figura, sostén y unidad

transitando como materia hacia el temblor... 

cuánto ardía encontrar la palabra escondida en los laberintos -tabernáculos- donde desfallecía de profundo pesar, pues la palabra significando sola

contenía en sí basto y verdadero mundo; ni múltiples sentidos, tan sólo uno. 

Sin que se estuviera perdido adentro, consumido por pensamientos tan claros como esferas, o encontrara una sombra con sentencia de gemelo delante del espejo ocupando el reflejo equidestante de su persona (en el laberinto que es la vida), así, sin que poseyera tal vivacidad... se sacudió por

ardoroso 

atuendo fónico de esa genial palabra, más rápida y sónica que una turbina; única palabra. Tras de sí 

el silencio. Todo eso pertubaba la mente

maltrecha

singular

estática

e irascible al límite

por retumbo del eco, que era suya en su mente, la palabra. Retumbando. Tropezando, 

por retumbo del eco, hacia arriba al 

espacio

subían los sonidos de esa noche. (Se encontraban despacio los sonidos todas cuantas

moles y piedras nocturnas sostiene la vastedad).


Fue una palabra empujada, buscando el rincón donde el cielo

alto, más al fondo de todas las nubes, comprendiera su existencia al ya ser dicha y escapada, 

ofrecida, 

porque era pronunciada, sí, esa palabra. Y él, aún escuchaba en su memoria 

la cúspide con energía de haberse dicho especialmente ante él, como esculpido, como enraizada

desde el cielo hasta su aposento

color ojo,

en la habitación

cubiera por luz,

esa liquidez de diluvio y silbido.

Aunque los monitores entre oscuridad resguardados dormitaban,

el blanco cubierto de leche, justo ahora, destruía entera visión. 

Pues en verdad el reino, se da en Santiago iluminado, así muchas tenumbras sin electricidad en el hogar

extendiendo los terrenos, poco a poco ya colmando entero el hogar, tan sólo por oscurecimento

que el cometa, la palabra, guío hacia afuera y se encendieron de esa misma fuerza cuantas calles

atravesó. 

Cuartada por la empobrecida tibieza, 

al recibir tan cerca de sí, la luz, absorta, desmayaba ante 

esa fluidez-una voz tan fuerte, capaz

de entonar tremendísima palabra.

Y ni la luz, ya muda, estuvo presente en profunda oscuridad 

dormida, entrando al rincón amplio. 

Era palabra y esa sensación en el cuello de calor,

después de la salvia, por ejemplo, como un ejemplo de la abstracción;

porque separa del mundo esa desconección

emprendida, calorífica desde entrañas muy íntimas del ser,

dando por resultado: entumecimiento de las orejas,

el corazón.

En su cuerpo dicen que afronta una gran tristeza. 

Eso, la inmediata mudez

y ese hastío bajo el párpado

o muchas agruras en su estómago débil,

o muchos mareos porque evidente es cómo se tambalea.

Después

de mucho no pensar

sólo escuchar, 

por fin de un rato 

entonó:


"Vivir de la rutilante y cómica vida propia y personal". 

Rodeando

el presente, esfera observando desde el cielo, la sol se ríe de Santi.  

La sol, ella sol. 

El sol. Artículos faltan o sobra. Observa,

ella, la sol, observa. 

En un callejón viven todas,

sinfónicas,

colectivamente y organizadas,

las moléculas que conforman el cuerpo y la cuerpa

de ella y de él. De Santiago y de ella. 

Santiago observa la sol al salir de casa, es claro 

y ejefectivo (ejecutivo y efectivo), de corazón ofrecer siempre miradas llenas

y compasivas, hacia paredes, monedas o astros, piensa adelante; 

antes miraban, (compartio ella esa costumbre), el horizonte desde donde,

escondido, se marchitaba muy de noche Orión. 

Encantaba subir al árbol (entre dos se arma),

columpiarse pronto por los aires en tenaz frecuencia

y no soltarse los dedos gorditos. 

Afecta la poca presión de tan desganada confianza

natural

y así es tan fácil, 

conseguible

ver el aluminio de la tierra desgajando consigo 

tarde y día, al finalizar un pozole muy rico.

Observar (conocer)

gaviotas desfilando al punto risquicio del edificio al frente,

como calcinándose, la sol, sus aleteos de intensidad aérea. 


Ya desde otro momento,

esa palabra deshecha,

un manantial de antibióticos,

marihuana, pingas, 

duchas, afeitadas al ras,

desdichas, amputadas de pesadillas,

el ocaso vino a satirizar el suceso.

No pasó. YO NO PUEDO ESCUCHAR 

lágrimas caer del cielo.











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