Nabucodonosor
Daniel está mirando, sobre un puñado
de lentejas, otras uvas pendular su reflejo.
Sonriendo el día, envuelto en tostada
piel, un tono a sapo chupa con redondez
la vid. Verde salpica su color
que hace mirar, dándose muy tarde,
el jirón rítmico del sol.
Es hora cuando le esperan
sudando muy tristes,
los besos del deseo. Besan
carnudos el estruendo
por ansiar ya poder acercarse
al pavor del dueño.
Buscan los pensares el dulzor
vuelto gema, volverse un templo
con cabeza al manto,
cuanto más estrecho su voz sube,
la súplica, flor de nube
siega. Dirige Daniel,
como agua,
echadando a correr,
ríos y luego grandes continentes
de palabras inventadas, luego peces,
mirra, hace elevar su ofrenda,
más arriba que el cielo.
(primero la lengua al aire
depositó Daniel sobre el vacío)
para señalarle con su dedo
de palma, arcangélicos
delirios, sostuvo para hacer
más profundo el oscuro
de su boca...
dientes angelinas
voces tibias palpitantes
dones duraznos daños
sandias humos agonías
sueños mansos varones
falsos hermanos bajos
fuegos eternamente expuestos
de dolor en su mirar
de promesa quebrantada,
si pecaba. Así decir, canto es,
apuntando al rincón
donde mirase otro día
también por diferente herida.
Daniel frente a leones
más adelante el tiempo
sumergió,
prestando luz lívida
contra la noche y piedra lisa
salpicada entre aire de albos
colores. Al contacto
por fin sin morderse
entre ellas sonrieron
astros, luciérnagas y tormentas
velando el sueño
feliz como
Sadrac, Mesac y
Abednego.
Daniel frente a los leones,
recibe blandido
por centenas por
millares
por decenas de millares
entre día y más allá
de noches, manos que cuidan del
hocico,
golpeando un alba con la espada.
Así amanece
sobre rocas,
que han cerrado el ojo
en su sueño.
Saben otros saberes
tornando como aire
sus cuerpos, a dónde
fue a parar
la sonrisa, de su muerte impedida
sin saldar.
La vida, vuelta un cristal,
más fino que ningún segundo
abierto
a Nabucodonosor
le espera.
Locura, igual tiempo,
bestia de muy profundo
sueño.
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